Confesión de una organizadora profesional

La mayoría de las veces, la gente asume que debido a que soy organizadora profesional supone que no tengo sentimientos y soy despiadada cuando se trata de recuerdos. Y aunque tengan parte de razón también quiero que sepan que como ser humano que soy, tengo alguna debilidad en cuanto a recuerdos familiares se refiere.

A diario asesoro a mis clientes sobre qué conservar y qué pueden donar. Les aconsejo constantemente que no permitan que la culpa sea la razón por la que mantengan algo que otra persona les regaló o heredó. Pero, aunque yo no suelo tener apego a los objetos, hubo una situación en mi vida que sentí el vértigo que lleva deshacerse de algo que tiene una carga emocional importante.

Hace un tiempo, mis padres decidieron hacer limpieza de fotos y recuerdos que habían acumulado con el tiempo, y pidieron que les ayudara a realizar esta tarea.

Mi padre, de quien he heredado mis genes organizativos, empezó a tirar un sinfín de fotos, y especialmente recuerdos de nuestra infancia. Entre los objetos que debían pasar a mejor vida, encontré postales que le había hecho a propósito del día del padre, o su cumpleaños, en las que le decía lo mucho que lo quería.

Voy a ser sincera: sentí una punzada de dolor, duró poco tiempo, a diferencia de la que suele durarle a mis clientes, pero por un momento sentí lo que experimentan las personas con las que trabajo en la fase del vaciado.

En ese momento, me planteé que lo que mi padre tiraba no eran sólo tarjetas, sino verdaderas muestras de amor hacia su persona. Me sentí molesta porque mi padre no quería mis cartas, las cuales parecían que no significaban nada para él y no le valía la pena guardar, y eso desde la perspectiva de un hijo puede doler. Así que mirad, ya lo he confesado, no quería tirarlas.

Pero, mi mente organizadora rápidamente analizó la situación, y después del descoloco inicial, me puse en el lugar de mi padre y entendí los motivos que le llevó a hacerlo.

Había que respetar que la decisión de guardar esas tarjetas o no era suya, y sólo de él.

También, me di cuenta que por deshacerse de ellas no me amaba menos, o que no apreciara las palabras o sentimientos que expresaban las tarjetas. Significaba que él ya sabía que esas cosas eran ciertas y que no necesitaba las tarjetas físicas como recordatorio.

Es cierto, que muchos de mis clientes necesitan guardar algunos objetos que les han regalado, porque cuando los miran se activa en su memoria buenos sentimientos, y esto también es importante. Pero, no es necesario mantenerlos todos, sólo es necesario guardar los más importantes en la caja destinada a los recuerdos. Si queremos quedarnos con todos ellos, al final llegaremos a la acumulación, que luego deriva en desorden, y este es el paso al caos, y os aseguro que es mucho más dañino que los sentimientos que pueda aportarnos el objeto en sí.

Es por eso que os insto a todos, incluida yo, a ser donantes conscientes de regalos.

Parte de ser un donante consciente de regalos, es comprender que una vez que das ese regalo, no tienes control sobre lo que el receptor hace con él, y eso no debe hacerte sentirte mal. Nadie debe vivir con objetos que se sienta obligado a mantener por la culpa o el miedo de que alguien pueda molestarse por desprenderse de él.

Es importante vivir con lo que verdaderamente se ama y se necesita, rodeándote de lo que te interesa, te inspira y te hace feliz.

Nota: Después de mi descoloque inicial, ayudé a tirar y reciclar mis tarjetas. Nunca le dije nada del sentimiento que me provocó: no hay necesidad de culpabilizar a nadie. Respeté su decisión a pesar de cómo lastimó momentáneamente mis sentimientos.

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